Jonathan Oliva, un niño de 13 años, murió ayer de un modo dramático succionado por una alcantarilla destapada. Era vecino de Luyanó, un barrio de Diez de Octubre, en La Habana, Cuba.
Las alcantarillas destapadas, que siempre han existido en medio del abandono castrista, se han multiplicado en los últimos años. A eso se suma un sistema de alcantarillado colapsado que favorece las inundaciones.
El castrismo tiene que suspender las clases siempre que haya lluvias torrenciales anunciadas, porque en Cuba no hay guaguas, y todo el que puede se traslada de su hogar a su escuela o trabajo caminando.
Cualquier persona que tiene que ir a trabajar o a estudiar un día en que se anuncian aguaceros torrenciales, entra en un escenario de riesgos como el que terminó con la vida de Jonathan.
Jonathan Oliva estaría vivo si no sufriéramos el colapso acelerado de toda la infraestructura urbana y la falta de sensibilidad de los decidores políticos castristas.
Hoy la comunidad de Luyanó, está sumida en el dolor tras la trágica muerte de Jonathan arrastrado por un tragante durante inundaciones ocurridas el pasado lunes.
Conocido cariñosamente como «Papito», Jonathan fue víctima de la negligencia estatal que resalta serios problemas en la infraestructura de la ciudad.
El incidente se produjo cuando regresaba de la escuela y fue atrapado por una corriente, cayendo en un tragante destapado cercano al Hospital Miguel Enríquez.
Después de más de 24 horas de intensa búsqueda, su cuerpo fue encontrado, lo que ha puesto en relieve la falta de mantenimiento en las calles de Luyanó.
Este trágico suceso no solo representa una pérdida devastadora para su familia y amigos, sino que también ejemplifica el peligro cotidiano al que se exponen muchos niños cubanos debido al deterioro de la infraestructura y la inacción de las autoridades.
La historia de Jonathan no solo provoca un profundo duelo en su comunidad, sino que también exige una respuesta urgente para prevenir futuras tragedias similares que afecten a la infancia en Cuba.
En el foco